Iba picando de flor en flor hasta
que encontró la primavera. Al rozar su clavícula marcada en aquel delicado
pecho se quedó prendado con la suavidad que envolvía su cuerpo. El olor de su piel era mejor que el jazmín,
mejor que ningún otro perfume que se atreviera a vestirla. Los ojos eran un
poema de Neruda, tan tristes como los versos que pudo escribir aquella noche,
tan profundos que podía hundirse en ellos. Esos labios sutiles que solo daban
besos paralizantes, los mismos que escondían una sonrisa que podría cambiar el
mundo; esos labios, no le dejaban querer probar otros. Pocos han tenido el
privilegio de caminar por el sendero que alineaba su columna y acababa en sus piernas,
y él lo sabía, sabía que su corazón latía más fuerte cuando la veía caminar. Y
mira que hay flores en el mundo… pero todo lo que halló cuando encontró su primavera
fue alegría, o alergia al amor.